Microrrelatos cortos de miedo
Déjate sorprender por el misterio y lo sobrenatural...
No puedo dormir
No entiendo por qué la cortina de mi habitación se mueve. La ventana está cerrada, al igual que la puerta. No hay ninguna ráfaga de aire en el interior, pero la cortina se sigue agitando.
Enciendo la lámpara junto a mi cama. La escasa luz es suficiente para entender que no se trata de la cortina, sino del movimiento de su vestido. El vestido de una mujer delgada y tan alta como el techo de mi habitación. Sus dientes afilados sobresalen mientras me sonríe.
Salvador Ortiz Serradilla
Supersticiones
»Muchas supersticiones no son más que patrañas. ¿Pasar por debajo de una escalera te trae mala suerte? ¿Es cierto que romper un espejo equivale a siete años de decadencia?
»Yo creo en otras cosas... Si un búho se posa en la ventana de una casa durante el atardecer, los ocupantes morirán antes del primer rayo de sol.
»Hace un mes vi un búho en el alféizar de una ventana y, a la mañana siguiente, los inquilinos habían fallecido (ocurrió lo mismo hace apenas una semana).
»Hoy no he visto ningún búho, pero daré una vuelta más por el vecindario y mantendré afilada el hacha por si acaso.
Salvador Ortiz Serradilla
El espejo
Antes de salir a la calle, el demonio se disfraza para no ser descubierto. Se mira al espejo pero no le gusta lo que ve: una mancha oscura envuelve su silueta, una mancha de envidia, deseo y egoísmo.
Añade, entonces, un poco de soberbia, y otro tanto de avaricia a su imagen reflejada, y todo se torna aún más oscuro. ¡Ahora, sí! Está preparado para salir, seguro de que nadie lo reconocerá. Ahora luce igual que un ser humano corriente.
Salvador Ortiz Serradilla
La vieja casa
Desde que se mudaron a aquella casa, el pequeño temía a la oscuridad; no le gustaba estar solo en su habitación. Cada noche, su madre esperaba en el salón, leyendo un libro, a que su hijo se durmiera —el niño agradecía la escasa luz que le llegaba desde la estancia contigua—. Una noche, el pequeño se despertó a altas horas de la madrugada. Respiró aliviado al oír las hojas del libro pasando una a una, pero algo llamó su atención. Se levantó y caminó lentamente hacia el salón. Oyó de nuevo el sonido de las hojas del libro: «Mamá, ¿por qué estás leyendo con la luz apagada?», preguntó.
Salvador Ortiz Serradilla
La última voluntad
En mi familia siempre se ha respetado a los difuntos. Cuando alguien muere, el cadáver siempre debe estar cubierto por una mortaja de lino, bien perfumada.
»Estoy confundida, esto no es una mortaja; no es más que una vieja sábana, manchada y llena de agujeros.
»Ni siquiera se han dignado a cumplir con mi última voluntad. ¡Me han cubierto con un sábana! Si pudiera los borraba ahora mismo del testamento…
»¿Y cuándo van a volver? ¿Acaso se olvidaron de que estoy pudriéndome en esta cama?
¿Y mis anillos? ¿Y los pendientes de oro? Seguro que ya están pensando en mudarse aquí, o en vender la mansión.
»¡Renuncio a la paz eterna! Pienso quedarme en este lugar para toda la eternidad. Si no se preocuparon de mí cuando estaba viva, lo harán ahora…
Fue entonces cuando una risa se oyó en todos los rincones de la casa.
Salvador Ortiz Serradilla
La curva
La mujer pisó el freno del coche cuando vio la figura de la joven a un costado de la carretera. El vestido de la chica se confundía con la niebla.
—¿Qué piensas? —preguntó la mujer visiblemente inquieta. Su marido, que viajaba de copiloto, no respondió.
La chica subió a la parte trasera del vehículo en silencio.
—Vamos hacia la capital, ¿necesitas que te llevemos a alguna parte? —preguntó la mujer mientras el coche se dirigía hacia una curva muy pronunciada.
—No serás la joven de la leyenda urbana, ¿verdad? —bromeó el hombre—. Ahora deberías decir eso de: «Yo morí en esa curva», y después soltar un grito antes de desaparecer…
—No sé si estoy viva… —comenzó a decir la joven—, pero no morí en ninguna curva…
En ese momento, el copiloto comprobó que la pasajera no se reflejaba en el espejo retrovisor. La chica se abalanzó contra la mujer con la intención de morderle el cuello, pero el hombre mostró un crucifijo y una estaca, y la joven atravesó el cristal del coche para perderse en lo profundo del bosque.
—Al menos ya sabemos dónde encontrarla —dijo la mujer—. Lo intentaremos en otra ocasión.
Salvador Ortiz Serradilla
Obsesión
Tengo a un vampiro secuestrado en casa. Pronto revelaré los detalles en mi web, que aborda temas sobrenaturales, y me convertiré en una celebridad. ¡Tendré miles de seguidores!
El vampiro es un anciano, lo encontré en un callejón con la boca rebosante de sangre —él asegura que era vino, pero yo sé que miente—.
Es cierto que los experimentos no están siendo fructíferos: el anciano se refleja en los espejos, parece tener una dentadura normal, el sol no le afecta y juraría que me tiene miedo.
Quizá no sea un vampiro, ¿y si es un licántropo? Tiene sentido. Debo investigar más. Esta noche es luna llena. Al atardecer, le dispararé una bala de plata en la pierna para evitar que escape.
Salvador Ortiz Serradilla