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 Microrrelatos sobre brujas

Pócimas, maldiciones, rituales... ¡Cuidado! No las escuches, no te dejes que te engañen.

Una bruja sonriendo

Un barrio peligroso

 

—Te he llamado cien veces, ¿llegasteis bien?

—Sí, gracias por preguntar. La policía está patrullando. Están registrando los coches, haciendo preguntas..., pero fue rápido, el pequeño ni siquiera lloró. Ya estamos en casa.

—Tienes toda la razón, querida. Antes vivíamos con menos preocupaciones. Entonces, ¿nos vemos después?

—Por supuesto, avisa a todo el aquelarre. Esta noche, no es necesario que ninguna de vosotras traiga nada para la cena.

 

Salvador Ortiz Serradilla

Una reportera habla sobre la mansión de una bruja

Inocencia

El reportero se dirigió hacia el niño que acababa de ser liberado:

—¿Qué se siente al haber estado tan cerca de morir?

—Nunca he tenido esa sensación —respondió el niño sorprendido—. No entiendo por qué acusan a esta mujer de ser una bruja. A mí me sacó de un orfanato, me ha comprado ropa y juguetes; incluso, una bicicleta… Sin mencionar que cada día desayunaba ocho tortitas y dos zumos; para el almuerzo, cuatro sándwiches y para la cena dos tazones de sopa, galletas y un bizcocho.

 

Salvador Ortiz Serradilla

 

*Homenaje a la obra Hansel y Gretel de los Hermanos Grimm. Uno de mis cuentos favoritos.

Una bruja escondiendo su rostro

Reunión secreta

Ocultando su rostro bajo una capucha, la mujer caminaba, por entre las calles de piedra, amparándose en el silencio de la madrugada. En el lugar acordado, alguien la esperaba.

—¿Qué has podido averiguar? —preguntó la mujer en voz baja.

—Señora, debe marcharse de aquí lo antes posible —respondió la espía con agitación—. ¡Quieren apresarla! Oficiarán una misa en la catedral para que pueda confesar sus pecados y, después, la ajusticiarán en la plaza del pueblo.

—¿Pecados? Jamás le hice daño a nadie. Ese maldito inquisidor… —la mujer apretó el rostro y contuvo un grito—. Están muy equivocados si piensan que no me defenderé.

—¡Márchese! Es muy peligroso enfrentarse a ellos…

—Debo intentarlo… Empezaré calcinando todas y cada una de las habitaciones de esa maldita catedral. ¿Podrás ayudarme cuando llegue el momento, querida? —preguntó la mujer.

—Sin ninguna duda, señora —susurró la informante—. Ya sabe que estamos a su disposición.

—Gracias por tus servicios. Lo tendré todo dispuesto para mañana. Ahora, regresa con el resto y procura no levantar sospechas. Es hora de plantarles cara… —aseguró la mujer.

La gárgola realizó una reverencia y, siguiendo las órdenes, voló hasta uno de los muros de la catedral; allí, con el semblante encendido por la batalla venidera, se convirtió en piedra.

 

Salvador Ortiz Serradilla

Microrrelatos de terror por temáticas

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